jueves, 21 de marzo de 2019

Como tú eras...



Te fuiste cómo tu eras: sin pedir nada, sin querer molestar, pensando solo en los demás...como siempre.

Te fuiste sin una mala acción, ni una mala palabra, porque tú solo sabias dar amor y entrega.


Te fuiste preocupada por qué sería de mí, de tus nietos...porque tu no te importabas.


Y en tus últimos alientos me dijiste: "te quiero", y cuanto te lo agradezco madre.


Por eso tengo que tenerte en mi alma y en mi corazón para el resto de mis días, porque tu bondad, tu paciencia, tu ser entero lleno de dedicación ha estado llenando toda mi vida.


Cuanto daría por volver a estar en tu regazo, alcanzar tu mano y agarrarla fuerte, abrazarte y tocar tu blanco pelo y dejarme llevar por tu olor a madre.


A veces creo verte y pienso que vivo un sueño del que he de despertar; y entonces volveremos a estar juntas, conversando, riendo y a veces llorando.


Porque no me acostumbro a no tenerte, porque nuestra unión era fuerte como una roca, porque eramos dos en una y ahora me faltas.


Quisiera que no hubieses sido así...tan tierna y entrañable, tan sencilla y cariñosa.


Pero tu no te importabas...y tu vida éramos nosotros y nada más.


Qué difícil me lo has puesto madre.







domingo, 17 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones?-Capítulo V- Un cambio de aires







El café se me ha quedado helado. Pido otro y llamo a mi madre para que no se asuste. Son ya las doce del mediodía. Seguramente mis amigas siguen con su recorrido y ya estarán algo achispadas.


—Ya voy para casa,  mamá. Llegaré en una media hora.
—Pues vale, aquí estoy yo, perenne como una hoja.
Desde que se quedó viuda, su vida no ha sido nada alegre. Realmente ella nunca fue alegre. Su carácter distanciaba mucho del de mi padre, de hecho pocas veces le acompañaba a reuniones y contertulias porque  se avergonzaba de lo escandaloso que era su marido.
Ya había tardado mucho mi móvil en sonar y recibo un whatsapp:
— ¿A que no sabes dónde estamos? —, es Matilde
—En el «Achúchate». No veas que movida hay aquí y es que esta el día estupendo, chica. No tenías que haberte ido. ¡Es que eres muy sosa!
—Te prometo que luego nos vemos, «Mati».
Digo yo que después de una movida como la mía, se necesita un tiempo de reflexión y tranquilidad. Por favor… un poco de paz. Matilde esto no podía comprenderlo, ella después de ser abandonada,  tardó poco en presentarse a un programa de televisión local como candidata a buscar pareja.
Tuvo varias citas con distintos aspirantes y después de algunos intentos fallidos decidió no cambiar su actual forma de vida por nada del mundo, así que se consagró a gozarla y disfrutarla.
Cuando miro el reloj me doy cuenta de lo tarde que se me ha hecho, pago la cuenta rápidamente y me dirijo a casa a paso ligero. Después de almorzar, me siento a leer un libro pero no consigo concentrarme, las vivencias de mi juventud siguen agobiándome.
Cansada de guateques y conciertos de guitarra, decidí de nuevo cambiar de aires. Di un salto al otro lado de la Alameda y fui a saludar al grupo de las MegaPinkitas, unas chicas pijas a más no poder pero muy agradables. A mi particularmente, me caían muy bien.
— ¡Qué tal Isabela!, ¿cómo andáis por aquí?
— ¡Chica, te veo genial! ¡Y «super-mega guay»!— me saludó lanzando su larga melena hacia detrás con ambas manos. Su voz sonaba así como  resfriada, pero eso era común entre las jóvenes del grupo.
— ¿Qué tal está Piluca?, hace mucho que no la veo.
—Anda por ahí con un chico que está cañón. De vez en cuando viene a visitarnos y la verdad es que la veo fenomenal.
—Por cierto, hoy tenemos una «megafiesta»  en el club: ¿te apuntas?—
—Vendrá a recogernos el minibús y luego nos trae de vuelta. ¡Venga porfi!,  contigo nos lo pasamos genial—,  la verdad es que cuando entraba en calor era un poco payasa.
El club estaba a las afueras del pueblo. Claro que solo tenían acceso exclusivo las hijas de militares de alto rango y podían permitirse llevar algún que otro invitado.
Por supuesto, eso de «me lo tengo que pensar», significaba convencer a mi padre para que me dejase volver algo más tarde y darle toda clase de detalles y explicaciones: a donde iba, con quien y de qué manera.
Una vez que con cara de ángel logré convencerle, llamé por teléfono a Isabela y quedamos en el portal de su casa desde donde nos recogería aquel bus pequeño que conducía un pobre marinero al que le daban órdenes como si fuesen sus sargentos.
— ¡Oye, no corras tanto que me despeino, «guapi»!.
— ¿Ves? ya se me cayó el bolso, ¡que espanto!, ¿no puedes coger las curvas más derechas?
Yo me había sentado junto a Isabela. Ella  me contaba  lo último en moda y maquillaje, y yo tomaba  notas mentales mientras nos dirigíamos a aquel preciado lugar por todas las jóvenes del pueblo que se quedaban con la miel en la boca por no poder asistir.
Habían preparado una gran barbacoa en aquella playa privada de la que solo los socios podían disfrutar.
Yo me había vestido para la ocasión,  pero la verdad, para nada había acertado. El patrón era el mismo para todas: melena larga, maquillaje natural, perfume sutil, pantalón vaquero muy ajustado, jersey unisex dos tallas más grandes de la suya consiguiendo que la manga tapase media mano y zapatos planos, por supuesto todo de marca. Yo me sentía como una falsa pija, claro.
Ya en el lugar de destino, los chicos no esperaban en la parada, debían de sentirse tan importantes que no éramos dignas de que fueran a recibirnos.
Se encontraban ya en la playa, charlando entre ellos con sus cazadoras tipo aviador, pelos engominados y miradas despectivas hacia todas nosotras. Esa actitud volvía a las chicas locas y  caían rendidas a sus pies.
¡Que estupidez!, pensaba yo. Si no fuese porque quiero divertirme un rato, me marchaba y los mandaba a todos a la mierda.
Aun así, no estuvo mal la noche, bebimos, comimos (más bien poco), y  nos bajamos a la playa. Nos sentamos en la arena sin perder el estilo. Habían colocado una barra para bebidas y la noche estaba espectacular.
 Lo mejor fue cuando Isabela, que se encontraba ya algo trastornada por los estimulantes combinados que se servían, me miro guiñando un ojo:
—Oye, me parece que ahí está tu padre.
A mí me dio una risa de muerte: — ¿Mi padre? ¿Cómo va a entrar aquí mi padre?—, aun así e instintivamente, solté el cigarrillo que tenía en la mano.
—Ay Isabela, de verdad, creo que te has pasado un poco con los cócteles.
 —Vamos a subir y te refrescas un poco la cara.
—Para nada, te digo que tu padre está en la barra—, se descojonaba dando vueltas en la arena como una peonza.
Cuando me doy la vuelta y miro hacia el lugar, me lo veo charlando con cinco o seis chicos que reían supongo que ante sus ocurrencias. Mi padre se había dedicado durante toda mi adolescencia a perseguirme con su Austin Morris siendo testigo de: mi primer cigarrillo, mi primer acercamiento a un chico (el de la Mobylette), mis movidas temporales entre pandillas..., todo un investigador. Tenía un morro impresionante y cuando le venía en gana se  presentaba a mis amigos entablando amistad como si fuese un adolescente más. Ellos le adoraban. Mi padre era un ser muy peculiar, murió muy joven, y yo le recuerdo cada día con una gran admiración y cariño. Le añoro tanto…
De nuevo suena el móvil.
 — ¿Laura?, soy Almudena. Oye te acordaras de que hoy nos vemos para merendar...
—Si, por supuesto, ¿a qué hora?
—Vente a las cinco al Califa y recuerda: ¡La vida empieza ahora! ¡Viva la libertad! ¡Nada como la independencia!
Está claro que el vino dulce ha hecho efecto.
 Tengo tiempo antes de comenzar a arreglarme de descansar un rato. ¿Descansar? Joder, me paso el día descansando.
Cada vez estoy más cabreada: ¡Que diferente podría haber sido mi vida!
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sábado, 9 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo IV-Una mañana de paseo


Me he despertado con  energía, me siento bien, descansada y con ganas de hacer cosas. Delante de mi espejo de aumento, decido adecentar mi aspecto, la verdad nada agradable. Abro mi armario y  veo lo que ha sido mi vestuario en estos meses: montones de chándales y pijamas.
Rebuscando, encuentro vaqueros y camisas que hace tiempo no uso.
 Mi madre ya está  desayunando. No sé con qué humor se habrá levantado pero, ya preparada, me acerco a la cocina.
— ¿Qué haces tan compuesta? Solo son las nueve de la mañana—, me dice mientras  unta su bollo con mantequilla.
—Para una vez que me arreglo, mama… ¿estoy guapa?, dime.
—Tú eres guapa, pero te digo que no sé qué haces repintada tan temprano.
—Pues mira, voy a tomar café con mis amigas, seguro que andan por ahí hoy domingo.
— ¿Ya empezáis la reunión? ¡Qué pronto!—
Mama,  tienes que acostumbrarte a que voy a salir más, estoy separada, no desahuciada.
—No te preocupes que ya se encargaran tus amigas de darte vida, juerga, y todo lo que venga detrás.
En fin, ya veo que con esta mujer es imposible mantener una conversación normal sin discutir, así que me levanto y me dirijo al salón. Pongo en marcha mi móvil y mando un whatsapp al grupo a ver dónde andan. Me imagino que habrían empezado la mañana con fuerza.
— ¡¿Dónde andáis canallas?!—
— ¡En el  Astorga!, ¡ya te queremos ver aquí guapa! ¡Acabamos de llegar!—, seguro que ha sido idea de Almudena que se empeña en seguir visitando los mismos lugares desde hace veinte años donde las cucarachas son como de la casa.
Cuando llego, allí están las tres, cual jóvenes doncellas, con sus desayunos lightpreparados: zumo de naranja, tostadas integrales y café. Sus rostros brillan por restos de cremas reparadoras, anti manchas y protectoras.
— ¿Qué tal estas, Laura?, ayer eras una zombi—, me pregunta Almudena.
 —No fue para tanto, es que estas demasiado  fuera de onda—, Matilde tiene los labios llenos de mermelada.
Veo que tiene un folio sobre la mesa donde está elaborando un esquema con los días y horas de la semana. En él comienza a anotar las actividades a realizar en cada momento.
 — ¡A ver! ¡Atención!—, tenemos que encontrar tiempo para:
-desayunos y paseos.
-tarde de peluquería y estética.
-merienda y chismorreo.
-fiesta de pijamas.
—Y sabéis que los finde están adjudicados: cena, baile y si a alguna le apetece, puede dedicarse a la búsqueda y captura.
Matilde, mientras  escribe descojona con sus propias ocurrencias.
— ¿Y si nos vamos este sábado al lago a pescar truchas? , yo nunca he pescado. ¿O nos vamos a la sierra y nos desparramamos por el campo? Deberíamos de hacer algún curso, por ejemplo, de corte y confección, tías yo no sé pegar un botón. No existía mujer en el mundo como ella para motivarnos. Había decidido cada Domingo organizar el tiempo libre de la semana siguiente.
— Así no hay tiempo para machacarse la cabeza, decía.
La verdad es que vivir regocijándose en penurias pasadas, como era mi caso, no es nada recomendable.
Se crea un barullo  para hacer el cuadrante y lograr que todas puedan asistir a los distintos eventos. Una vez  de acuerdo inician la parte formal y  lo firman. Si, si, lo firman, y lo peor, me hacen firmarlo a mí. Se supone que eso te compromete a acudir a todas aquellas actividades planificadas.
Una vez hemos desayunado decidimos caminar un rato para eliminar calorías y comenzamos a dar un paseo por la Real haciendo paradas en cada escaparate que encontramos en el camino. No creo que vayamos a quemar mucha grasa.
— ¡Que monería de pantalón, por favor! ¡Está abierto! ¿Me lo pruebo? ¡Acompáñame Laura!— Matilde, que se define como una mujer sabrosona,  pretende embutirse un pantalón dos tallas menos de la que usa habitualmente.
Sale del probador toda roja y aguantando la respiración.
— ¿Qué tal me ves? Queda mono ¿verdad?
Que le puedo decir yo que no la ofenda. Lo que más me preocupa es su incapacidad para respirar.
—Pues creo que quizás…una talla más... ¿no estarías más cómoda?
—Chica es que no la hay, ¿me lo llevo o qué?
—Si te ves bien y esta cómoda llévatelo Matilde, tú misma—,  se  lo compra,  y yo pienso en el mal rato que pasará el día que decida usarlo.
 El resto de chicas están en la acera colapsando el paso y comentando todo lo que les ha ocurrido durante el poco tiempo en el que no se han visto desde ayer. Continuamos nuestro paseo y transcurrida una hora escasa, Almudena propone un descanso para «tomar una copita». El día está precioso y los bares llenos de gente.
— Yo me marcho, tengo que llegar pronto a casa— que excusa más tonta, como si alguien me esperase con los brazos abiertos.
 -¡Mírala! No hay manera joder. A meterse otra vez en su casa.
Carolina me abraza: —Yo te comprendo—me dice al oído.
Le doy unos besos a las tres y me despido.
— ¡Recuerda que has firmado!, grita Matilde mientras me alejo.
Por el camino hacia casa me siento cabreada conmigo misma.
—Tenía que haberme ido con ellas, pensaba. Pero algo en mí no funciona y sólo me apetece estar sola.
Según Almudena,  es normal caer en depresión  después de un divorcio y más aún, si ha sido tan complicado como el mío, pero la solución está en no dejarse vencer por ese estado y comenzar rápidamente una nueva vida. Para ella su divorcio había sido un renacer,  para mí una caída en picado.
No tengo ganas de llegar a casa,  así que me acomodo en una cafetería de ambiente agradable: «sobre todo porque no hay nadie». Sólo hago regocijarme en mis recuerdos, vaya mierda. No sé a qué viene ahora martirizarme con el pasado, además ¿para qué? Ha sido un cúmulo de meteduras de pata.
¡Ay si yo pudiera volver atrás! ¡Cuántas cosas no haría y cuantas cambiaría! Cuando oigo a alguien decir: «No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida», siento una gran admiración. Yo me arrepiento de casi todo.
Después de aquella experiencia con el seminarista arrepentido, tuve varias relaciones que no llegaron a buen fin: había por allí  un chico pelirrojo, guapo y muy educado que pretendía acercarse a mí. La verdad es que me agradaba pero le rechacé porque no podía soportar ver aquella dermatitis seborreica que adornaba su incipiente bigote. Ahora es un distinguido abogado de un importante bufete de la capital.
Gracias a las redes sociales, tengo contacto con todas mis ex parejas, lo cual me viene muy bien para recordarme cada día lo idiota que había sido. Todos han conseguido una vida estable, acomodada y son inmensamente felices en sus matrimonios y seguramente la dermatitis de aquel chico habrá desaparecido.
Pero ¿qué podía hacer? El amor no llamaba a mi puerta y sólo eran impulsos inconscientes que me llevaban simplemente a perder el tiempo.

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo III-Una relación extraña.



Mi madre se ha ido a dormir la siesta  y de nuevo vuelven a mi cabeza retazos de lo que debía de haber sido la mejor época de mi vida.
Después de primera decepción amorosa y  gracias a mi carácter abierto  decidí cambiar una temporada de compañías. La verdad es que siempre fui bastante inquieta, y aunque nunca se rompería el lazo que me unía a mis mejores amigas y siempre me tendrían dispuesta si me necesitaban, me gustaba revolotear de un lado a otro.
Ellas me conocían bien, así que no les importaba, además, la líder se lo podía permitir.
— ¡Ala!, ya se nos va el saltamontes, decía Almudena riendo.
Con esta actitud tan desenfadada, no me costó ningún trabajo integrarme en  una pandilla anexa a la nuestra. Me gustaba conocer gente nueva, oír nuevos chismorreos y, claro está, conocer nueva mercancía.
Esta vez, no se me ocurrió otra cosa que fijarme en un chico,  muy alto, con cara de intelectual. Tenía unos labios prominentes y al hablar solía soltar una lluvia de saliva. Llevaba unas enormes gafas, y eso sí, bajo ellas se podían ver unos ojos verdes preciosos.
Siempre supe ver lo bueno de cada persona, pero en este caso, sus ojos eran  lo único que se podía mirar, el resto era mejor obviarlo. Intentando recabar información entre las chicas de aquel grupo, descubrí que había acabado de salir de un seminario: había sentido la llamada de Dios y llevado una vida de celibato y devoción. Arrepentido de tanta entrega, lo abandonó y decidió estudiar medicina.
Yo siempre tan apasionada, me quedé prendada de los ojos del primero que me dirigió la palabra.
Nunca había visto a las Nenas pasear tanto por la alameda. Al pasar junto a nosotros me miraban con cara de picaras malvadas:
—Adioooos Lauraaa.
— ¡Qué pesadas! ¡Perderos del mapa!
La verdad es que Carolina tiene razón cuando dice que lo de hacer una buena selección nunca ha sido nuestro punto fuerte y así nos ha ido de bien.
Durante el primer paseo formal con éste chico, me llevó al cementerio del pueblo, concretamente a la zona de incineración y allí se dedicó a buscar huesos que le sirvieran para sus experimentos y trabajos universitarios. Implicarme en tan desagradable labor debía de ser su concepto de romanticismo. Hablaba y hablaba sin parar de músculos, nervios, tejidos… ¡todo un amor!
Sus amigos estaban muy contentos porque tuviese una compañía tan agradable y afín a sus extravagantes aficiones  y yo me dejaba llevar. Cada día me acompañaba a la entrada de aquel callejón oscuro y sin asfaltar donde al final  se encontraba mi casa.
Por cierto, ninguno de mis pretendientes, llegaron a bajar por ese lugar tan siniestro y me dejaban arriba con un cariñoso: ¡Hasta mañana!, entonces yo me daba patadas en el culo corriendo hasta llegar al portal. Mi madre se había empeñado en que algún día violarían a alguien por aquella calleja y yo estaba bastante sugestionada.
No recuerdo cuanto duró aquella extraña relación,  pero sí de su final. Era la primera vez que acudía a  una de las reuniones clandestinas que se hacían en casa de «donde no estuvieran los padres». Después de charlar un rato y tomar algunos combinados, las luces se apagaban y las parejas buscaban rincones donde poder achucharse.
Fue entonces cuando aquel muchacho, en un intento por integrarse en el mundo real, no se le ocurrió otra cosa que cogerme una teta sin avisar. Le metí un empujón y pegué un salto dirigiéndome a la puerta de salida con autentico pavor. Normal, teniendo en cuenta que mi anterior amor había sido tan puro.
Le dejé totalmente consternado: ¡pobre chaval!, creo que iba a ser su primera experiencia de tipo sexual. Se quedó tan sorprendido que no fue capaz  de ir detrás de mí. No quiero ni pensar en el revuelo que se formaría entre el resto de parejas cuando me marché.
 Al día siguiente no me atrevía a aparecer por nuestro lugar de reunión así que me dedique a pasear por las calles de los alrededores, pensando en mi estupidez y avergonzada por mi actuación de la noche anterior.
— ¡Laura!, ¿pero a dónde vas chica?—, me había encontrado.
— ¿Cómo te encuentras?, ¿qué te paso ayer? Perdona si te molesté.
—Oye, lo dejamos, esto no funciona—, le contesté.
¡Joder!, ¡¿no funciona?! Si no le dio tiempo ni a mostrar sus habilidades varoniles.
Allí le deje boquiabierto, me di la vuelta y volví a mi espacio natural, junto a Las Nenas. Nada que decir del cachondeo que éstas tenían conmigo cuando les conté  lo ocurrido.
—Lo que ocurre es que no estas enamorada de él—, Carolina, como siempre tan sabia, encontró el motivo de tan ridícula huida.
— ¡Me meeeeooo Laura! ¡Lo que a ti no te pase! ¡Es que me meo contigo! ¡Pobre chaval! ¡Seguro que se quedó con el «pito tieso»!, Matilde se descojonaba.
Y así continuamos con nuestras reuniones entre bromas, risas y guitarras, cantando canciones de Serrat y comiendo bollos rellenos de nata de aquella pastelería que sobrevivía gracias a nosotras.
 De vez en cuando acudíamos emperifolladas  a los bailes que se organizaban en una u otra pandilla y a los que todas las chicas éramos invitadas.
Sonaban canciones de Aretha Franklin y Barry White y sentadas esperábamos que algún pimpollo se acercara para pedirnos bailar. Entonces todas nos mirábamos con traviesas sonrisas y susurrábamos dando nuestras opiniones sobre: apariencia, corpulencia, altura, y futuro prometedor del muchacho. Siempre fuimos unas groseras cotillas.
Se me ha revuelto un poco el cuerpo con tanto recuerdo sobre todo sabiendo que en la actualidad aquel chico de los ojos verdes que escupía al hablar, ahora era uno de los más reputados hematólogos de la provincia. Se había casado con una compañera nuestra de colegio, tenían una descomunal casa de dos plantas y ganaba dinero a raudales.
— ¡Joder! ¡Que cagada!—, me decía.
Me pregunto si para nosotras existirá aún ése amor único, verdadero y apasionado, aquel que perdura toda la vida. Para mí que a estas alturas,  lo importante es el equilibrio, el respeto, la estabilidad y, por supuesto, si se puede vivir como una marquesa, pues mejor.
De todas formas lo último que yo ahora necesito es volver a tener pareja, se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.
Es tarde y quiero dormir, pero siento una angustia bestial, así que me tomo un ansiolítico y me pongo los cascos. No quiero oír música romántica, así que cambio de emisora y escucho las noticias sobre el mundo exterior que me rodea. Mañana será otro día y espero que al despertar algo haya cambiado.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Amados Abuelos




Sentados en un banco con una sonrisa dibujada en sus caras, observan a ése pequeño que se balancea en un columpio.

Sin prisas ni horarios, disfrutando de aquello que parece tan sencillo y para ellos es un espectáculo. enlazan sus manos con una felicidad infinita reviviendo tiempos pasados en los que sus pequeños corrían por ése mismo parque.


Los abuelos: ésos seres pacientes, enamorados del sol, llenos de recuerdos, sosegados y también sufridos, con una paz eterna que se refleja en sus rostros porque sus vidas ya no son lo mismo.


Bendita época de oro que les permite disfrutar de lo que antes no pudieron. Colmados de perseverancia y sosiego, de maestría y destreza, con una entrega total y absoluta a facilitar la vida a quienes les rodea y consagrados al amor.


Y es que aquellos momentos de inquietudes, de prisas y  falta de tiempo, de preocupaciones y contrariedades han quedado atrás en el tiempo.


¿De donde viene su calma?¿de donde su quietud?  Sus vivencias a lo largo de la vida les ha demostrado que nada vale la pena más que el amor.


 Aquél nieto que recorre el parque y de vez en cuando cruza su mirada cómplice con ellos,  se acerca y les abraza. Un abrazo sincero y agradecido, un abrazo que es lo único que ahora necesitan.



lunes, 4 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo II-El primer desengaño




Cuando consigo llegar a la cocina, observo que mi madre tiene el ceño fruncido. Me mira fijamente y yo intento mostrarme lúcida y serena intentado sacar una  voz decente:
— ¡Buenos días mama!
— ¡¿Qué pasa?! ¡Vaya nochecita! Anda que así vas por buen camino…
—Mama, no empecemos, ya no soy una niña.
— ¡Pues por eso lo digo!... ¡Qué vergüenza! ¡A tu edad! ¡Si ya lo sabía yo!: como os juntéis el corrillo, la fiesta no tiene fin.
—Prepárame un café «porfi» y no me calientes la cabeza. Mi cabeza  no es tal. Es una bola pesada sobre mis hombros que no logra mantenerse derecha.
En realidad tiene razón. ¿Qué hacemos cuatro mujeres ya veteranas intentando pasar una noche loca de adolescentes? Eso de «volver a empezar» y «rehacer tu vida», según Matilde,  quiere decir: salir, bailar, alternar y pasarlo de puta madre sin ataduras.
— ¡A tomar por culo! ¡De vez en cuando un polvete y punto!, decía.
Matilde lo tenía muy claro: no estaba dispuesta a volver a perder su independencia con otro matrimonio.
Tuvimos que cambiar varias veces de local hasta encontrar el apropiado para nosotras, porque, la verdad, no te sientes muy cómoda junto a chicas prototipos— hermosas, jóvenes y frescas—  cuando ya tu tripa ha comenzado a relajarse y tu trasero ha descendido varios centímetros.
A media mañana mi smartphone ya está colapsado y los whatsapps se suceden de manera continua:
—Oye, ¿qué tal te lo pasaste?, ¿para cuándo la próxima?
— ¡Lauraaa!, ¿lo pasaste bien? Nosotras te pondremos al día rápidamente. ¡Oye, di algo!
— ¿Viste aquel pedazo de maromo? Ya te dije que le miraras fijamente, eso funciona.
Claro que funciona: si tus ojos no bizquean después del vino de la cena y los sucesivos brindis dedicados a ese nuevo horizonte que se abriría ante mí.
No me da tiempo a responder tanto mensaje,  así que opto por silenciar el móvil. Me recojo en el sofá sintiendo como sigue protestando  mi estómago después de tantos excesos.
La soprano que me deleitó con sus canciones bajo la luna, Almudena, tarda poco en llegar a casa para ver mi cara de satisfacción por tan fantástica celebración. Cuando entra en el salón y me encuentra allí desparramada, noto un poco de desilusión en su rostro.
— ¿Qué te pasa? ¡¿No me digas que no disfrutaste?! Te veo algo desmejorada…
«Nooo, me lo pase de maravilla…», pienso para mis adentros, «lo único que ocurre es que me duelen los huesos, los pies, la cabeza, tengo dos rasponazos en los tobillos, y siento que voy a vomitar nuevamente en breve…».
—Sí, sí, ¡estuvo genial!—le respondo—.Me alegré mucho de volver a reunirme con vosotras. Gracias a todas pasé «un día-noche-madrugada» inolvidable.
—Pues hemos quedado a mediodía a tomar unas copas en la terraza del Gandhi, allí se está genial al sol— me propone con buena intención.
—No me apetece, de verdad, Almudena.
—Lo dejamos para otro momento ¿vale? ¡Besitos y achuchones para todas!
—Pues tú te lo pierdes. ¡A ver si te espabilas!
Si tarda cinco minutos más en marcharse, le vomito encima.
Llego al baño muy a lo justo y veo  las baldosas caer sobre mí a la vez que yo, caigo sobre el wc: — ¡Por Dios, que mal me siento!—
Decido que lo mejor es volver a acostarme para que mi organismo se recomponga y aunque ya no tengo sueño, necesito una cama y sobre todo…silencio… mucho silencio, algo difícil con mi madre sin parar de hacer especulaciones sobre “la mala vida que iba a llevar a partir de ahora”:
— ¡Maldito sea el día en el que conociste a ése tunante!, murmuraba.
La verdad es que  no lleva muy bien esto de la separación. Desde que volví a casa, está bastante preocupada por mí.
— ¡Hija a tu edad y divorciada! ¡Con lo malo que está ahora el mercado! ¡Te quedarás soltera para toda la vida!—, me decía constantemente.
Ya en la cama siento pena de mí misma: a la incansable, divertida y sensual Laura, ahora le supone un gran sacrificio emperifollarse, salir a la calle y divertirse.
— ¡Yo que he sido «la reina del mambo»!
Me viene a la mente cuando, con unos catorce años,  me rondaba un chico que se paseaba por la Real, el centro del pueblo, con una Mobylette amarilla que por aquel entonces, molaba bastante.  La pandilla de “Las Nenas al Poder”, de la cual me hicieron líder, nos asomábamos a la ventana del colegio para verle llegar cual caballero errante. Allí esperaba en la puerta principal para recogerme y yo me arreglaba el pelo y me perfumaba para encontrarme con él.
— ¡Jose Luiiiiissss!, ¡Guapooo! ¡Tiooo bueenooo¡¡Ya baja Laura!—, Matilde siempre tan discreta, le pegaba voces desde la ventana.
Él me montaba en su «pedazo de moto» y me paseaba hasta llegar a «La Alameda», lugar de reunión y cortejo de los jóvenes del pueblo.
Ese chico hizo que por primera vez, mis manos sudaran y el estómago se me encogiera al verle y no es que fuéramos lo que se dice una pareja ideal: yo le llevaba como tres palmas de altura y a la hora de bailar en los habituales guateques que celebrábamos, su cabeza quedaba justo a la altura de mis pechos. Mis cachondas amigas se descojonaban en un rincón viendo el panorama.
No pasamos de unos tímidos besos en el cine sentados detrás de las Nenas que nos acompañaban a todos sitios y que por supuesto, no prestaban atención alguna a la película.
Todo terminó cuando un verano dejó embarazada a una inglesa y se marchó con ella a Canadá.
— ¡Dos semanas estuve llorando rodeada por mi gente que intentaba darme ánimos!—
Cando ya le tenía medio olvidado,  me envió varios mensajes a través de un amigo común pero yo  orgullosamente, no le respondí, sobre todo porque nunca me pidió perdón.
Las pandillas ocupábamos la mayor parte de aquella alameda. Las Nenas teníamos reservados dos bancos. Estaban hechos de piedra, con respaldos de hierro forjado y situados bajo impresionantes árboles milenarios  que ocultaban las humaredas que se formaban con nuestros primeros cigarrillos. Los pretendientes solían sentarse en bancos contiguos y solo se les permitía ocupar nuestra zona a los que ya formalizaban una relación con alguna de nosotras, siempre bajo supervisión del grupo, claro. Justo al otro lado de la plazoleta se reunían otras pandillas que seguían nuestras mismas reglas.
Recordando todo aquello ha llegado la hora del almuerzo y yo sigo hecha un ovillo con la cabeza embotada.
Me levanto envuelta en mi manta con diseño de piel de vaca y al pasar por la cocina noto el olor de un potingue de los que prepara mi madre y que suelen aumentarte dos centímetros la cintura. Siento que no voy a ser capaz de probar bocado, así que vuelvo a revolcarme, esta vez en el sofá. Enciendo la televisión y bajo el volumen porque hay una bronca bestial entre varios contertulianos por el inesperado embarazo de una famosa.
Suena el teléfono de casa: es Matilde y mi  momento «nostalgia, me quiero morir» se interrumpe.
—Oye, no hay quien te localice, ¡lo hemos pasado genial!, ¡una botella de vino dulce entre todas!, ¿te imaginas?, ¡qué cachondeo!, yo acabo de llegar a casa—.
—Me lo imagino, sois horrorosas.
—Matilde, no sé qué voy a hacer con mi asquerosa vida, no se lo comentes a las chicas pero me encuentro tan apagada… no tengo ganas de hacer nada.
— ¡Eso sí que no te lo consiento, Laura! ¡Fuera malos pensamientos!
— ¿Qué hubiera sido de mí si no le hubiese echado cojones al asunto? ¿Qué piensas que sólo tú lo estás pasando mal?, todas hemos pasado por eso y te aseguro que se puede salir adelante.
La fuerza de Matilde  es brutal. Se ha convertido en una mujer experta en tomar excelentes decisiones sobre su vida  y es inmensamente feliz. Sabe transmitir su energía y no deja que nadie que esté a su lado lo pase mal. Es un cielo de mujer.
—Espero que mañana mi estado sea menos lamentable, «Mati», te llamo y quedamos un rato.
— ¡Pues ya mismo organizo algo  y nos vemos mañana! ¡Sin excusas, Laura, sin excusas!—, y va la tía y me cuelga.