Llego al Califa y
observo que lo han reformado totalmente. Cuando yo lo conocí lo único que había
de marroquí, aparte del nombre, eran
unas lámparas horribles y unos colores algo redundantes. Ahora lo habían
ambientado con unos sofás estilos árabes
bajitos…demasiado bajitos, sin brazos y con muchos cojines.
Las mesas eran
también bajas, acordes con los sofás. La iluminación, a pesar de la hora
temprana era tenue. Los colores que dominaban eran el verde anís, morado y azul
oscuro.
Para mi gusto seguía recargado pero al menos ahora sí hacia honor a su
nombre. Habían también varios pufs, que a mi particularmente me olían a
camello, casi a ras del suelo, y lámparas de cristal combinadas con hierro
forjado.
Para terminar de crear
ambiente habían encendido unas velas que desprendían un olor un poco cargante.
Allí, al fondo del
local, estaban las Nenas medio desparramadas por el suelo con una gran cachimba
en el centro de la mesa con sabor a menta limón, según pude comprobar luego.
— ¡Ya era hora guapa!,
te ha costado venir ¿eh?, me dice Almudena, toda roja por la inhalación que
acababa de hacer.
—No mujer, es que me
quede adormilada.
— ¡Joder con tanto
dormir¡ Aquí estamos pensando ya en el viernes. No te puedes imaginar lo que
tenemos programado.
—No, no quiero
imaginarlo—, miedo me da de pensarlo
Intento acomodarme como
puedo metiéndome cojines en los riñones, cruzo las piernas estilo buda y me
pido un té verde pensando en sus propiedades antioxidantes, voy a comenzar a cuidarme.
Ellas están en lo suyo,
dando chupetones a las mangueras que salen de aquella enorme pipa.
Matilde está muy
contenta, como siempre, y de vez en
cuando levanta su hermoso pompis para cambiar de postura. La verdad es que los
asientos no son muy cómodos, pero muy
“chic”, dijo ella.
— ¿Dónde anda
Carolina?, ¿no ha venido?, pregunto.
—Mírala—, dice Matilde,
—está de relax—.
Junto a la barra hay
una puerta que da a un patio estilo mozárabe, donde hay colocado una especie de
tumbonas con doseles de velos blancos. Y allí esta ella, cual reina mora.
—Bueno y ¿qué es lo que
habéis pensado?, pregunto asustada.
— ¿No te acuerdas? Hoy
nos toca la fiesta de pijamas. ¡Como hacíamos antes! ¿Te acuerdas?, Almudena
esta ilusionada como una joven adolescente.
Me muero de risa, pero
¿qué les ha pasado a éstas? ¿Han sufrido un rejuvenecimiento mental? ¿Se han
metido en alguna máquina que las ha hecho retroceder en el tiempo?
— ¡Ole, ole, eso es lo
que hay que hacer, echar cojones a la vida!, ¡Vamos a lo importante: ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo?!—,
Matilde no para de dar chupetones a la cachimba.
Sin esperar respuesta y
medio atorada por el humo grita:
— ¡En la mía, en la
mía! Por cierto, ¡cenamos pizza! Yo me encargo de comprar las chuches y todo lo
necesario y luego hacemos cuentas. Tú, Almudena, llévate el Karaoke.
—Nos vemos en mi casa a
las nueve ¿os parece bien?
—Caaarooool, ven aquí.
Que te quedas dormida, chica.
Carolina se acerca y me
parece ver en sus ojos un brillo muy especial. Ha llorado.
— Carol ¿Qué te pasa?,
le digo dándole un abrazo.
— No sé, Laura, me he
puesto a pensar y me he emocionado.
Se sienta junto a
nosotras y se restriega los ojos. No quiere permitirse volver a sentir de nuevo
aquel inmenso dolor por el que había pasado, pero a veces era inevitable.
Matilde, vuelve a acomodar
su culo en el sofá, y noto que su rostro ha cambiado. Ella nunca expresa
sus sentimientos pero yo sé que es
imposible que nunca se sienta mal. En algunos momentos, en el fondo de sus ojos
podía ver la tristeza, pero sentía
tanto amor por la vida que no se dejaba vencer. Ella sabía que era nuestro timón y nuestra fuerza, así que
cambiaba «el chip» y su mirada volvía a resplandecer.
— ¡Carolina! ¿Qué te
tengo dicho?, cuando estés sola dedícate a pensar que vas a hacer para pasarlo
bien, nada más. ¡Ése es el secreto!
—Pues yo a veces echo
en falta una pareja, dijo Almudena.
Todas le miramos
extrañadas. Nadie había hablado nunca de eso.
—No me miréis así,
vosotras no estáis tan sola como yo. A veces, cuando llego a casa me siento triste. Nadie me espera y cuando me
acuesto siento un enorme vacío.
Almudena sigue abierta
al amor, está convencida de que su media naranja anda por ahí y ella quiere
encontrarla.
— ¡Nosotras te
ayudaremos Almudena!, además con lo linda que eres no vas a tener problema,
dice Carolina, ya repuesta.
—Hemos tenido mala
suerte ¿verdad? A veces pienso que igual somos nosotras las culpables de que
nos haya ido tan mal, dice Almudena con voz tímida.
— ¡Y una mierda! ¿Cómo
podéis alguna pensar que ha sido culpa nuestra? ¿Que hemos hecho mal para que
unos cerdos nos hagan tanto daño? Matilde, no sé cómo lo hizo, pero había dado
un salto y con los ojos espantados, nos
señalaba con el dedo.
— ¡Que no se le ocurra
a ninguna pensar eso!, no lo consiento.
—Estoy convencida de
que habrá hombres buenos por ahí, pero nosotras hemos ido a parar con lo peor
de lo peor, seguía meneando su dedo. ¡Y no ha sido culpa nuestra! Y tú,
Almudena, no te preocupes que tú puedes encontrar el amor, tu pareja, tu media
naranja y todo lo que quieras, pero deja de martirizarte. Y muy importante, si
encuentras a alguien, piensa no una, ni dos, sino doscientas veces, si te
conviene. Además ¿por qué cojones hay que vivir en pareja? Joder, no tiene por
qué ser el estado perfecto, digo yo.
— Y ahora, a lo importante.
Hemos quedado a las nueve Carolina.
—Vamos a pasarlo
escandalosamente bien, dice Matilde mientras con el puño de su chaqueta, limpia
una lagrima indiscreta que caía por su rostro.
Mientras preparo la
mochila para lo que iba a ser una noche inolvidable, recordé la cantidad de
fiestas de pijamas que habíamos organizado después de mi último batacazo
amoroso.
Claro que la mitad de la noche me la pasaba llorando y gritando lo
birrias que eran los hombres que había conocido, así que tomé una decisión que terminó
de una vez con mi esperanza de encontrar a mi hombre ideal.