lunes, 7 de enero de 2019

No quiero que me ames




Entró como siempre de aquella manera brusca y repentina.
El pequeño sentado frente a su televisión, compañera incondicional que aliviaba sus largos ratos de soledad, sintió un estremecimiento que no supo si era de alegría o temor.

El trabajo de aquella mujer no era nada satisfactorio y las duras horas que había pasado en aquél antro se hacían notar en su rostro desencajado. Ni siquiera se acercó a darle un beso, simplemente se dirigió a la cocina, cogió una copa y la llenó de vino.

Se quedó apoyada en la encimera con los ojos cerrados deseando que nada la molestara.
El se acercó y la miró con cierto resquemor, no sabía cómo reaccionaría ante su presencia pero se temía lo peor.

No era la primera vez que al verle cerca le daba un grito: «¿por que no estas ya acostado?», « ya sabes que a éstas horas necesito que no me molestes»

El solo quería verla esperando que algún día la podría abrazar y entonces ella le apretaría contra su pecho. Pero su madre, simplemente le dio la espalda y volvió a dar un sorbo de su vaso.

Había tenido un día duro, muy duro...aquellos asquerosos hombres la habían acosado y hostigado sin  un ápice de respeto. No tenia mas remedio, no sabía trabajar en otra cosa.
Estaba convencida de que algún día aquel pequeño le sería arrebatado, y así lo deseaba con todas sus fuerzas.

No había sido capaz de entregarlo, pero no quería que se encariñara con ella: algún día no estaría esperándola y le encontrarían un hogar mejor.

El pequeño se dio la vuelta y se marchó a su cuarto. Allí se acurrucó junto a aquel caballero montado a caballo con el que soñaba cabalgar algún día lejos de todo aquello.

Cuando se encontró sola, sus lágrimas empaparon aquel rostro envejecido por el sufrimiento. Se sentía sucia, inmunda y sabia que era una egoísta por tener a aquel pequeño inmerso en aquella vida indecente e inmoral.
Pero no podía...no podía deshacerse de el tan fácilmente. Su sola presencia, aunque no quisiera demostrarlo, le hacía olvidar toda aquella barbarie que estaba viviendo, pero era hora de que la vida de aquel pequeño cambiase para siempre y tenía que ser ella la que diese el paso.

Volvió a llenar su copa y se restregó los ojos por los que le chorreaba la pintura.

Quizás mañana...pensó.