miércoles, 24 de abril de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? - CAPITULO VI-El primer gran amor


Pienso que aquel maldito día de la también maldita fiesta, fue crucial para lo que ha sido el resto de mi vida.
Aquella noche, y una vez perdí de vista a mi padre, Isabela, que no paraba de reír ante la situación y yo, nos acercamos a un grupo donde un joven con guitarra en  mano complacía a las chicas que le rodeaban cantando canciones con voz divina. Era  Ernesto, el que sería mi primer gran amor, y el que me dejaría con el tiempo hecha un trapo.
 Isabela me daba codazos mientras se tambaleaba sin dejar de vapulear su melena, yo intentaba aguantarla mientras no le quitaba ojo a aquel chico. No recuerdo como entablamos conversación ni como me convenció para que al día siguiente me viera en un viejo local decorado con posters de Jarcha y Mocedades. Allí un grupo de  jóvenes con guitarras, violines y un contrabajo que manejaba un chico muy corpulento,  se dedicaban a cantar y hacer fiestas benéficas. Aquello me gustó y más aún me gustaba aquél chico con cara y mirada de pillo.
En aquél lugar pasé gran parte de mi juventud. A veces iba a visitar a la Nenas, jamás perdimos el contacto. Por su parte, las MegaPinkitas, continuaban con sus exclusivas fiestas acompañadas por jóvenes con futuros muy prometedores.
Transcurrían los  meses y aquél muchacho no dejaba de tontear conmigo: que si vengo, que si me voy, que si te acompaño a la entrada del callejón,  hoy no te digo nada y te vas sola, hoy me voy con la tuna,  no me gusta que hables con aquél ….  El muy cerdo disfrutaba así, y yo hecha una imbécil  aguantaba todas aquellas incoherencias.
A veces me cogía de la mano y me sacaba de aquel lugar para darme un paseo como si fuese un caniche. Y en ese momento en el que yo tenía que preguntarle que mierda era yo para él, me limitaba a mirarle embobada, mientras él se paraba a hablar con todo ser viviente que se encontraba. Al día siguiente, le tocaba  flirtear con las otras chicas.
Todo acabó o mejor dicho comenzó cuando ya cansada de tanta burla me quedé en casa durante una semana. Entonces me llamó y me pidió que le acompañara. Sin mediar palabra, me llevó a su casa y me presento a toda su familia. Una gran familia, «enoooorme» familia.
—Ésta es Laura, mi novia, dijo.
— ¡Lo conseguí!, pensé. Gracias a mi perseverancia y paciencia, lo conseguí.
Como nota final a ese día tan especial, a las dos de la madrugada un grupo de chavales que formaban la tuna del instituto y dirigida por Ernesto, se plantaron bajo lo que creían era mi balcón entonando tiernas y apasionadas canciones. Claro que, como nunca me había llevado a casa, cantaban en el portal  equivocado recibiendo por respuesta una fresca lluvia de agua que provenía del piso de algún vecino que carecía de romanticismo alguno.
Salíamos con su hermana, Lola,  y su pareja. Los cuatro nos paseábamos en aquél  Renault 4l de segunda mano, que el novio de Lola se había comprado. Tomábamos pulpo a la gallega en nuestro bar favorito y de vez en cuando, al anochecer,  nos  dirigíamos al lugar más apartado y oscuro que podíamos encontrar. Allí y siguiendo un turno ya establecido, una pareja se esperaba fuera del coche (en invierno algo incómodo) y otra se quedaba en él  para desahogar sus ardientes deseos.
Por cierto, tampoco hubo sexo consumado en ésta relación. Ernesto, como muchos chicos de su edad, tenía un pequeño problema que necesitaba de intervención quirúrgica, no pudiendo rematar la faena. Para mí eso no era ningún inconveniente, me conformaba con sentir sus abrazos, besos y manos sobre mi cuerpo. Le amaba profundamente. Y supongo que él sí quedaba satisfecho.
Habían transcurridos más de cuatro años cuando terminó los estudios en el instituto y se alistó al ejercito de  marina donde los muchachos a los que no les gustaba mucho estudiar, encontraban un futuro prometedor. En su primer destino, lejos de nuestro pueblo, conoció a una chica, administrativa, bastante mayor que él y que consiguió pronto cautivar: el chaval era muy enamoradizo.
Yo recibía de vez en cuando una mantelería para el ajuar con una nota cariñosa que decía:
—No te olvido, pronto estaremos juntos para siempre.
Ilusionada,  me hice de un baúl de madera donde las guardaba con todo mi cariño. Ese tío tenía un morro de espanto y era un genio del engaño. Llevaba las dos relaciones adelante, con la mayor facilidad del mundo.
Yo soñaba con casarme pronto, tener mogollón de hijos y ser la mujer más feliz del universo: ¡qué ingenua!
No sé dónde metió a la pobre mujer ni que excusa le pondría la semana que fui a visitarle. No noté nada extraño, fue una semana maravillosa. Paseábamos por las calles de aquella ciudad encantadora y me abrazaba en cualquier esquina con gran cariño.
Pero aquel juego no podía durarle mucho tiempo y durante unas vacaciones en las que él volvía a casa y yo le esperaba con toda la familia al completo, sonó el teléfono. Me lancé a él como una loca.
— ¿Sí? ¿Ernesto?
— No, no, soy Elena, ¡hola! ¿Es que no ha llegado aún?
—Pues…no. ¿Quién le llama por favor?
—Elena, ¿tú eres su hermana? ¡Qué gusto de hablar contigo!, y va la tía y se ríe.
— ¿Puedes decirle que me llame cuando llegue, por favor? Es sólo para quedarme tranquila.
Tiré el teléfono y salí corriendo hacia la puerta.
— ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?—, gritaba todo el mundo intentando retenerme.
— ¡Dejadme! ¡Qué sinvergüenza!
—Chiquilla, tranquila ¿Quién era?, a Lola se le puso la cara amarilla.
En medio de aquel barullo,  llaman a la puerta y allí estaba él con cara de «no he roto un plato en mi vida».
Su padre lo coge del brazo, su madre se hecha a llorar, su hermana le pega dos gritos.
— ¿Pero tú que has hecho animal? ¿Quién leches es Elena?
Los primos aguantando al padre, la hermana agarrándome del brazo, yo que me suelto y me largo escaleras abajo: todo un drama.
Me encerré en casa y no quise saber nada durante un tiempo. Lola me llamaba para consolarme.
— ¡Cuánto lo siento Laura!, éste se va a arrepentir. Te lo digo yo.
Después de unos años, y cuando aquella mujer le dio una patada en el culo, comentaba por el pueblo que yo tenía que haberle esperado. Me meo de risa.
Esta vez sí que me quede muy tocada, lloraba por los rincones y sentía que la vida había acabado para mí. — ¡Esto es una mierda! ¡Una gran mierda!, me decía mientras el llanto me ahogaba.
Pero allí estaban ellas, mis salvadoras, las mejores amigas del mundo: mis Nenas al Poder.
En el pueblo comenzaba la feria anual y no se les ocurrió otra cosa, para hacerme salir de aquel estado donde me quería morir, que apuntarme al  concurso: “Las chicas más salerosas del pueblo». Cuando recibí la citación para la entrevista había acabado de raparme el pelo como señal de protesta por las mujeres engañadas por tipos como  Ernesto. Mi nuevo aspecto no me favorecía nada.
Así me vi sentada en la sala de espera, junto a otras chicas con hermosos cabellos largos o cortes clásicos de  medias melenas y yo pelona con cara de póker. No sé cómo fue que me eligieron, pero ocurrió. Las chicas que habían ganado el concurso saltaban de alegría y mis queridas colegas me felicitaban satisfechas por su labor. Tengo que agradecerles a las tres, la semana tan fantástica que pasé, aunque de vez en cuando tuviera que esconderme en algún rincón de aquella divertida feria a desahogar mi pena.
Ya son  casi las cinco, al final se me hace tarde. Me duele la cabeza y no es de extrañar joder. Carolina me aconseja que nunca mire hacia atrás, cosa que llevo haciendo desde que me divorcié.
Espero pasar una buena tarde, despejarme y divertirme. Con mis chicas es fácil y yo tengo que intentarlo.