sábado, 9 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo IV-Una mañana de paseo


Me he despertado con  energía, me siento bien, descansada y con ganas de hacer cosas. Delante de mi espejo de aumento, decido adecentar mi aspecto, la verdad nada agradable. Abro mi armario y  veo lo que ha sido mi vestuario en estos meses: montones de chándales y pijamas.
Rebuscando, encuentro vaqueros y camisas que hace tiempo no uso.
 Mi madre ya está  desayunando. No sé con qué humor se habrá levantado pero, ya preparada, me acerco a la cocina.
— ¿Qué haces tan compuesta? Solo son las nueve de la mañana—, me dice mientras  unta su bollo con mantequilla.
—Para una vez que me arreglo, mama… ¿estoy guapa?, dime.
—Tú eres guapa, pero te digo que no sé qué haces repintada tan temprano.
—Pues mira, voy a tomar café con mis amigas, seguro que andan por ahí hoy domingo.
— ¿Ya empezáis la reunión? ¡Qué pronto!—
Mama,  tienes que acostumbrarte a que voy a salir más, estoy separada, no desahuciada.
—No te preocupes que ya se encargaran tus amigas de darte vida, juerga, y todo lo que venga detrás.
En fin, ya veo que con esta mujer es imposible mantener una conversación normal sin discutir, así que me levanto y me dirijo al salón. Pongo en marcha mi móvil y mando un whatsapp al grupo a ver dónde andan. Me imagino que habrían empezado la mañana con fuerza.
— ¡¿Dónde andáis canallas?!—
— ¡En el  Astorga!, ¡ya te queremos ver aquí guapa! ¡Acabamos de llegar!—, seguro que ha sido idea de Almudena que se empeña en seguir visitando los mismos lugares desde hace veinte años donde las cucarachas son como de la casa.
Cuando llego, allí están las tres, cual jóvenes doncellas, con sus desayunos lightpreparados: zumo de naranja, tostadas integrales y café. Sus rostros brillan por restos de cremas reparadoras, anti manchas y protectoras.
— ¿Qué tal estas, Laura?, ayer eras una zombi—, me pregunta Almudena.
 —No fue para tanto, es que estas demasiado  fuera de onda—, Matilde tiene los labios llenos de mermelada.
Veo que tiene un folio sobre la mesa donde está elaborando un esquema con los días y horas de la semana. En él comienza a anotar las actividades a realizar en cada momento.
 — ¡A ver! ¡Atención!—, tenemos que encontrar tiempo para:
-desayunos y paseos.
-tarde de peluquería y estética.
-merienda y chismorreo.
-fiesta de pijamas.
—Y sabéis que los finde están adjudicados: cena, baile y si a alguna le apetece, puede dedicarse a la búsqueda y captura.
Matilde, mientras  escribe descojona con sus propias ocurrencias.
— ¿Y si nos vamos este sábado al lago a pescar truchas? , yo nunca he pescado. ¿O nos vamos a la sierra y nos desparramamos por el campo? Deberíamos de hacer algún curso, por ejemplo, de corte y confección, tías yo no sé pegar un botón. No existía mujer en el mundo como ella para motivarnos. Había decidido cada Domingo organizar el tiempo libre de la semana siguiente.
— Así no hay tiempo para machacarse la cabeza, decía.
La verdad es que vivir regocijándose en penurias pasadas, como era mi caso, no es nada recomendable.
Se crea un barullo  para hacer el cuadrante y lograr que todas puedan asistir a los distintos eventos. Una vez  de acuerdo inician la parte formal y  lo firman. Si, si, lo firman, y lo peor, me hacen firmarlo a mí. Se supone que eso te compromete a acudir a todas aquellas actividades planificadas.
Una vez hemos desayunado decidimos caminar un rato para eliminar calorías y comenzamos a dar un paseo por la Real haciendo paradas en cada escaparate que encontramos en el camino. No creo que vayamos a quemar mucha grasa.
— ¡Que monería de pantalón, por favor! ¡Está abierto! ¿Me lo pruebo? ¡Acompáñame Laura!— Matilde, que se define como una mujer sabrosona,  pretende embutirse un pantalón dos tallas menos de la que usa habitualmente.
Sale del probador toda roja y aguantando la respiración.
— ¿Qué tal me ves? Queda mono ¿verdad?
Que le puedo decir yo que no la ofenda. Lo que más me preocupa es su incapacidad para respirar.
—Pues creo que quizás…una talla más... ¿no estarías más cómoda?
—Chica es que no la hay, ¿me lo llevo o qué?
—Si te ves bien y esta cómoda llévatelo Matilde, tú misma—,  se  lo compra,  y yo pienso en el mal rato que pasará el día que decida usarlo.
 El resto de chicas están en la acera colapsando el paso y comentando todo lo que les ha ocurrido durante el poco tiempo en el que no se han visto desde ayer. Continuamos nuestro paseo y transcurrida una hora escasa, Almudena propone un descanso para «tomar una copita». El día está precioso y los bares llenos de gente.
— Yo me marcho, tengo que llegar pronto a casa— que excusa más tonta, como si alguien me esperase con los brazos abiertos.
 -¡Mírala! No hay manera joder. A meterse otra vez en su casa.
Carolina me abraza: —Yo te comprendo—me dice al oído.
Le doy unos besos a las tres y me despido.
— ¡Recuerda que has firmado!, grita Matilde mientras me alejo.
Por el camino hacia casa me siento cabreada conmigo misma.
—Tenía que haberme ido con ellas, pensaba. Pero algo en mí no funciona y sólo me apetece estar sola.
Según Almudena,  es normal caer en depresión  después de un divorcio y más aún, si ha sido tan complicado como el mío, pero la solución está en no dejarse vencer por ese estado y comenzar rápidamente una nueva vida. Para ella su divorcio había sido un renacer,  para mí una caída en picado.
No tengo ganas de llegar a casa,  así que me acomodo en una cafetería de ambiente agradable: «sobre todo porque no hay nadie». Sólo hago regocijarme en mis recuerdos, vaya mierda. No sé a qué viene ahora martirizarme con el pasado, además ¿para qué? Ha sido un cúmulo de meteduras de pata.
¡Ay si yo pudiera volver atrás! ¡Cuántas cosas no haría y cuantas cambiaría! Cuando oigo a alguien decir: «No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida», siento una gran admiración. Yo me arrepiento de casi todo.
Después de aquella experiencia con el seminarista arrepentido, tuve varias relaciones que no llegaron a buen fin: había por allí  un chico pelirrojo, guapo y muy educado que pretendía acercarse a mí. La verdad es que me agradaba pero le rechacé porque no podía soportar ver aquella dermatitis seborreica que adornaba su incipiente bigote. Ahora es un distinguido abogado de un importante bufete de la capital.
Gracias a las redes sociales, tengo contacto con todas mis ex parejas, lo cual me viene muy bien para recordarme cada día lo idiota que había sido. Todos han conseguido una vida estable, acomodada y son inmensamente felices en sus matrimonios y seguramente la dermatitis de aquel chico habrá desaparecido.
Pero ¿qué podía hacer? El amor no llamaba a mi puerta y sólo eran impulsos inconscientes que me llevaban simplemente a perder el tiempo.