sábado, 9 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo III-Una relación extraña.



Mi madre se ha ido a dormir la siesta  y de nuevo vuelven a mi cabeza retazos de lo que debía de haber sido la mejor época de mi vida.
Después de primera decepción amorosa y  gracias a mi carácter abierto  decidí cambiar una temporada de compañías. La verdad es que siempre fui bastante inquieta, y aunque nunca se rompería el lazo que me unía a mis mejores amigas y siempre me tendrían dispuesta si me necesitaban, me gustaba revolotear de un lado a otro.
Ellas me conocían bien, así que no les importaba, además, la líder se lo podía permitir.
— ¡Ala!, ya se nos va el saltamontes, decía Almudena riendo.
Con esta actitud tan desenfadada, no me costó ningún trabajo integrarme en  una pandilla anexa a la nuestra. Me gustaba conocer gente nueva, oír nuevos chismorreos y, claro está, conocer nueva mercancía.
Esta vez, no se me ocurrió otra cosa que fijarme en un chico,  muy alto, con cara de intelectual. Tenía unos labios prominentes y al hablar solía soltar una lluvia de saliva. Llevaba unas enormes gafas, y eso sí, bajo ellas se podían ver unos ojos verdes preciosos.
Siempre supe ver lo bueno de cada persona, pero en este caso, sus ojos eran  lo único que se podía mirar, el resto era mejor obviarlo. Intentando recabar información entre las chicas de aquel grupo, descubrí que había acabado de salir de un seminario: había sentido la llamada de Dios y llevado una vida de celibato y devoción. Arrepentido de tanta entrega, lo abandonó y decidió estudiar medicina.
Yo siempre tan apasionada, me quedé prendada de los ojos del primero que me dirigió la palabra.
Nunca había visto a las Nenas pasear tanto por la alameda. Al pasar junto a nosotros me miraban con cara de picaras malvadas:
—Adioooos Lauraaa.
— ¡Qué pesadas! ¡Perderos del mapa!
La verdad es que Carolina tiene razón cuando dice que lo de hacer una buena selección nunca ha sido nuestro punto fuerte y así nos ha ido de bien.
Durante el primer paseo formal con éste chico, me llevó al cementerio del pueblo, concretamente a la zona de incineración y allí se dedicó a buscar huesos que le sirvieran para sus experimentos y trabajos universitarios. Implicarme en tan desagradable labor debía de ser su concepto de romanticismo. Hablaba y hablaba sin parar de músculos, nervios, tejidos… ¡todo un amor!
Sus amigos estaban muy contentos porque tuviese una compañía tan agradable y afín a sus extravagantes aficiones  y yo me dejaba llevar. Cada día me acompañaba a la entrada de aquel callejón oscuro y sin asfaltar donde al final  se encontraba mi casa.
Por cierto, ninguno de mis pretendientes, llegaron a bajar por ese lugar tan siniestro y me dejaban arriba con un cariñoso: ¡Hasta mañana!, entonces yo me daba patadas en el culo corriendo hasta llegar al portal. Mi madre se había empeñado en que algún día violarían a alguien por aquella calleja y yo estaba bastante sugestionada.
No recuerdo cuanto duró aquella extraña relación,  pero sí de su final. Era la primera vez que acudía a  una de las reuniones clandestinas que se hacían en casa de «donde no estuvieran los padres». Después de charlar un rato y tomar algunos combinados, las luces se apagaban y las parejas buscaban rincones donde poder achucharse.
Fue entonces cuando aquel muchacho, en un intento por integrarse en el mundo real, no se le ocurrió otra cosa que cogerme una teta sin avisar. Le metí un empujón y pegué un salto dirigiéndome a la puerta de salida con autentico pavor. Normal, teniendo en cuenta que mi anterior amor había sido tan puro.
Le dejé totalmente consternado: ¡pobre chaval!, creo que iba a ser su primera experiencia de tipo sexual. Se quedó tan sorprendido que no fue capaz  de ir detrás de mí. No quiero ni pensar en el revuelo que se formaría entre el resto de parejas cuando me marché.
 Al día siguiente no me atrevía a aparecer por nuestro lugar de reunión así que me dedique a pasear por las calles de los alrededores, pensando en mi estupidez y avergonzada por mi actuación de la noche anterior.
— ¡Laura!, ¿pero a dónde vas chica?—, me había encontrado.
— ¿Cómo te encuentras?, ¿qué te paso ayer? Perdona si te molesté.
—Oye, lo dejamos, esto no funciona—, le contesté.
¡Joder!, ¡¿no funciona?! Si no le dio tiempo ni a mostrar sus habilidades varoniles.
Allí le deje boquiabierto, me di la vuelta y volví a mi espacio natural, junto a Las Nenas. Nada que decir del cachondeo que éstas tenían conmigo cuando les conté  lo ocurrido.
—Lo que ocurre es que no estas enamorada de él—, Carolina, como siempre tan sabia, encontró el motivo de tan ridícula huida.
— ¡Me meeeeooo Laura! ¡Lo que a ti no te pase! ¡Es que me meo contigo! ¡Pobre chaval! ¡Seguro que se quedó con el «pito tieso»!, Matilde se descojonaba.
Y así continuamos con nuestras reuniones entre bromas, risas y guitarras, cantando canciones de Serrat y comiendo bollos rellenos de nata de aquella pastelería que sobrevivía gracias a nosotras.
 De vez en cuando acudíamos emperifolladas  a los bailes que se organizaban en una u otra pandilla y a los que todas las chicas éramos invitadas.
Sonaban canciones de Aretha Franklin y Barry White y sentadas esperábamos que algún pimpollo se acercara para pedirnos bailar. Entonces todas nos mirábamos con traviesas sonrisas y susurrábamos dando nuestras opiniones sobre: apariencia, corpulencia, altura, y futuro prometedor del muchacho. Siempre fuimos unas groseras cotillas.
Se me ha revuelto un poco el cuerpo con tanto recuerdo sobre todo sabiendo que en la actualidad aquel chico de los ojos verdes que escupía al hablar, ahora era uno de los más reputados hematólogos de la provincia. Se había casado con una compañera nuestra de colegio, tenían una descomunal casa de dos plantas y ganaba dinero a raudales.
— ¡Joder! ¡Que cagada!—, me decía.
Me pregunto si para nosotras existirá aún ése amor único, verdadero y apasionado, aquel que perdura toda la vida. Para mí que a estas alturas,  lo importante es el equilibrio, el respeto, la estabilidad y, por supuesto, si se puede vivir como una marquesa, pues mejor.
De todas formas lo último que yo ahora necesito es volver a tener pareja, se me ponen los pelos de punta solo de pensarlo.
Es tarde y quiero dormir, pero siento una angustia bestial, así que me tomo un ansiolítico y me pongo los cascos. No quiero oír música romántica, así que cambio de emisora y escucho las noticias sobre el mundo exterior que me rodea. Mañana será otro día y espero que al despertar algo haya cambiado.