domingo, 17 de marzo de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones?-Capítulo V- Un cambio de aires







El café se me ha quedado helado. Pido otro y llamo a mi madre para que no se asuste. Son ya las doce del mediodía. Seguramente mis amigas siguen con su recorrido y ya estarán algo achispadas.


—Ya voy para casa,  mamá. Llegaré en una media hora.
—Pues vale, aquí estoy yo, perenne como una hoja.
Desde que se quedó viuda, su vida no ha sido nada alegre. Realmente ella nunca fue alegre. Su carácter distanciaba mucho del de mi padre, de hecho pocas veces le acompañaba a reuniones y contertulias porque  se avergonzaba de lo escandaloso que era su marido.
Ya había tardado mucho mi móvil en sonar y recibo un whatsapp:
— ¿A que no sabes dónde estamos? —, es Matilde
—En el «Achúchate». No veas que movida hay aquí y es que esta el día estupendo, chica. No tenías que haberte ido. ¡Es que eres muy sosa!
—Te prometo que luego nos vemos, «Mati».
Digo yo que después de una movida como la mía, se necesita un tiempo de reflexión y tranquilidad. Por favor… un poco de paz. Matilde esto no podía comprenderlo, ella después de ser abandonada,  tardó poco en presentarse a un programa de televisión local como candidata a buscar pareja.
Tuvo varias citas con distintos aspirantes y después de algunos intentos fallidos decidió no cambiar su actual forma de vida por nada del mundo, así que se consagró a gozarla y disfrutarla.
Cuando miro el reloj me doy cuenta de lo tarde que se me ha hecho, pago la cuenta rápidamente y me dirijo a casa a paso ligero. Después de almorzar, me siento a leer un libro pero no consigo concentrarme, las vivencias de mi juventud siguen agobiándome.
Cansada de guateques y conciertos de guitarra, decidí de nuevo cambiar de aires. Di un salto al otro lado de la Alameda y fui a saludar al grupo de las MegaPinkitas, unas chicas pijas a más no poder pero muy agradables. A mi particularmente, me caían muy bien.
— ¡Qué tal Isabela!, ¿cómo andáis por aquí?
— ¡Chica, te veo genial! ¡Y «super-mega guay»!— me saludó lanzando su larga melena hacia detrás con ambas manos. Su voz sonaba así como  resfriada, pero eso era común entre las jóvenes del grupo.
— ¿Qué tal está Piluca?, hace mucho que no la veo.
—Anda por ahí con un chico que está cañón. De vez en cuando viene a visitarnos y la verdad es que la veo fenomenal.
—Por cierto, hoy tenemos una «megafiesta»  en el club: ¿te apuntas?—
—Vendrá a recogernos el minibús y luego nos trae de vuelta. ¡Venga porfi!,  contigo nos lo pasamos genial—,  la verdad es que cuando entraba en calor era un poco payasa.
El club estaba a las afueras del pueblo. Claro que solo tenían acceso exclusivo las hijas de militares de alto rango y podían permitirse llevar algún que otro invitado.
Por supuesto, eso de «me lo tengo que pensar», significaba convencer a mi padre para que me dejase volver algo más tarde y darle toda clase de detalles y explicaciones: a donde iba, con quien y de qué manera.
Una vez que con cara de ángel logré convencerle, llamé por teléfono a Isabela y quedamos en el portal de su casa desde donde nos recogería aquel bus pequeño que conducía un pobre marinero al que le daban órdenes como si fuesen sus sargentos.
— ¡Oye, no corras tanto que me despeino, «guapi»!.
— ¿Ves? ya se me cayó el bolso, ¡que espanto!, ¿no puedes coger las curvas más derechas?
Yo me había sentado junto a Isabela. Ella  me contaba  lo último en moda y maquillaje, y yo tomaba  notas mentales mientras nos dirigíamos a aquel preciado lugar por todas las jóvenes del pueblo que se quedaban con la miel en la boca por no poder asistir.
Habían preparado una gran barbacoa en aquella playa privada de la que solo los socios podían disfrutar.
Yo me había vestido para la ocasión,  pero la verdad, para nada había acertado. El patrón era el mismo para todas: melena larga, maquillaje natural, perfume sutil, pantalón vaquero muy ajustado, jersey unisex dos tallas más grandes de la suya consiguiendo que la manga tapase media mano y zapatos planos, por supuesto todo de marca. Yo me sentía como una falsa pija, claro.
Ya en el lugar de destino, los chicos no esperaban en la parada, debían de sentirse tan importantes que no éramos dignas de que fueran a recibirnos.
Se encontraban ya en la playa, charlando entre ellos con sus cazadoras tipo aviador, pelos engominados y miradas despectivas hacia todas nosotras. Esa actitud volvía a las chicas locas y  caían rendidas a sus pies.
¡Que estupidez!, pensaba yo. Si no fuese porque quiero divertirme un rato, me marchaba y los mandaba a todos a la mierda.
Aun así, no estuvo mal la noche, bebimos, comimos (más bien poco), y  nos bajamos a la playa. Nos sentamos en la arena sin perder el estilo. Habían colocado una barra para bebidas y la noche estaba espectacular.
 Lo mejor fue cuando Isabela, que se encontraba ya algo trastornada por los estimulantes combinados que se servían, me miro guiñando un ojo:
—Oye, me parece que ahí está tu padre.
A mí me dio una risa de muerte: — ¿Mi padre? ¿Cómo va a entrar aquí mi padre?—, aun así e instintivamente, solté el cigarrillo que tenía en la mano.
—Ay Isabela, de verdad, creo que te has pasado un poco con los cócteles.
 —Vamos a subir y te refrescas un poco la cara.
—Para nada, te digo que tu padre está en la barra—, se descojonaba dando vueltas en la arena como una peonza.
Cuando me doy la vuelta y miro hacia el lugar, me lo veo charlando con cinco o seis chicos que reían supongo que ante sus ocurrencias. Mi padre se había dedicado durante toda mi adolescencia a perseguirme con su Austin Morris siendo testigo de: mi primer cigarrillo, mi primer acercamiento a un chico (el de la Mobylette), mis movidas temporales entre pandillas..., todo un investigador. Tenía un morro impresionante y cuando le venía en gana se  presentaba a mis amigos entablando amistad como si fuese un adolescente más. Ellos le adoraban. Mi padre era un ser muy peculiar, murió muy joven, y yo le recuerdo cada día con una gran admiración y cariño. Le añoro tanto…
De nuevo suena el móvil.
 — ¿Laura?, soy Almudena. Oye te acordaras de que hoy nos vemos para merendar...
—Si, por supuesto, ¿a qué hora?
—Vente a las cinco al Califa y recuerda: ¡La vida empieza ahora! ¡Viva la libertad! ¡Nada como la independencia!
Está claro que el vino dulce ha hecho efecto.
 Tengo tiempo antes de comenzar a arreglarme de descansar un rato. ¿Descansar? Joder, me paso el día descansando.
Cada vez estoy más cabreada: ¡Que diferente podría haber sido mi vida!
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