martes, 19 de febrero de 2019

¿Volvemos a ponernos tacones? Capítulo I - Volver a empezar



-Chica, - ¡Joder con la luz! ¡Qué mierda!... me olvidé de correr la cortina.
Un rayo de sol atraviesa mis párpados, entreabro un ojo y siento una punzada en mi cabeza. ¡Dios!, es como tener una tribu de indígenas golpeando tambores dentro. Ya lo advertí: «Chicas, nos estamos pasando con el tequila", pero ni caso.
Desde que me divorcié y volví a mi amado pueblo hace ya seis meses, mantengo un amor incondicional hacia mi butaca, mi pijama y el chocolate negro, pero mis maravillosas amigas, aquellas que me han acompañado toda mi vida, habían decidido que ya era hora de «ponerme en marcha».
Se habían empeñado en que tenía que dejar a un lado el estado de «no quiero saber nada del mundo» y «no saldré más a la calle en mi puta vida porque solo he encontrado mierdas que me han hecho sufrir».
Ellas, curiosamente también divorciadas, habían pasado ya lo que llamaban: «fase de adaptación», y ahora pretendían iniciarme en mi nueva vida de soltería.
- ¡Maldito rímel waterproof!
Tengo los ojos pegados. El día anterior, las tres súper-woman, se habían metido en mi pequeño baño convirtiéndose en peluqueras, esteticistas y estilistas, empeñandose en embadurnarme el rostro con toda clase de potingues. Luego dibujaron mi rostro con paletas de colores que habían traído en sus bolsos. Para colmo, al final, me aplicaron lo que llaman «el divino fijador» que ha hecho que mi cara quede maquillada toda la noche como si fueran a enterrarme por la mañana.
Eligieron de mi armario un vestido que yo no había usado hacia siglos; debía de ser de mi época sexy y seductora. Menos mal que no me deshice del body super reductor que te quita no sé cuántas tallas y te asfixia y aprieta hasta el borde del desvanecimiento. Entre las tres me embutieron en aquella ropa que no me permitió sentarme en toda la noche.
-Lauraaa, ¿dónde tienes los zapatos?
Matilde estaba eufórica. Ella es así: alegre, alborotadora y muy positiva. Su pelo pelirrojo y rizado, y su cara regordeta hacían que diese una imagen bastante entrañable.
Matilde había estado casada cuatro años. Su marido desapareció de casa con una rusa bellísima mientras ella hacía la compra. ¿Cuándo había comenzado a engañarla?, seguramente desde el primer día. Durante el tiempo que duró aquél matrimonio, su vida había sido un auténtico calvario. El tío era muy pero que muy bruto. No es que Matilde sea un ejemplo de refinamiento, pero es tremendamente agradable, cariñosa y sobre todo muy leal.
Aquél animal, por el contrario, era un ser detestable, repugnante machista, celoso, posesivo, y que además se comportó como un auténtico cabronazo al dejarla tirada cuando le vino en gana. Nosotras se lo agradecimos enormemente.
- ¡Deben de estar en mi armario, Matilde, en el último estante!- le grito desde el baño.
¿Qué clase de mojones tienes aquí? Solo hay bailarinas, tenis y botas. Necesitas unos zapatos de tacón para ésta noche.¡¡Urgente!!
- ¡Un segundo, ya voy! La verdad hace tiempo que no me pongo zapatos de tacón. A ver...por aquí... ¿Servirán estos?
- ¡Sí, sí, ésos mismos!, da igual que el modelo sea de la postguerra, la cosa es parecer más alta y esbelta- comentaba entusiasmada.
La verdad es que el resultado final fue espectacular:
-Laura... ¡estás muy buena, pero que muy buena!- me digo frente al espejo al verme tan sensualmente arreglada.
- ¡Vamos a pasar un buen rato!- dijo Carolina.
Matilde y Carolina comparten piso viviendo en lo que ellas llaman: «estado libre e independiente». Carolina había sido la segunda en divorciarse y Matilde decidió que vivir juntas era lo mejor para las dos.
Mi amada Carolina, con su corto pelo negro y sus enormes ojos azules, tan dulce y tímida, no había un ser más angelical que ella en la tierra. También había saboreado el amargor del desengaño y la desilusión. Siempre fue una chica muy centrada, comedida e inteligente y fue a dar con un ser sin escrúpulo que la tuvo engañada cuanto quiso. Un día nos había reunido en su casa y sentada frente a nosotras como quien iba a dar una conferencia, se puso a golpear la mesa al ritmo que decía:
- ¡Me ha...dejado! ¡Por...un...hombre!
Nos miramos con ojos espantados sin poder articular palabra.
¿Qué le digo?, pensé rápidamente para evitar ese momento tan incómodo.
-Carol, tranquila, te vas a hacer daño-, yo no me lo podía creer.
-Sí, queridas. Anoche cenando me dijo que durante los dos años que hemos convivido ha tenido una gran duda existencial y que al poco tiempo de casarnos, había entablado una gran amistad con un nuevo compañero de trabajo y...parece ser que empezaron a sentir algo más entre ellos-, Carolina se echó a llorar.
- ¡¡Mierda de la gran mierda!! ¡Capullo!, Matilde reventó. ¿Te ha engañado durante tanto tiempo?... ¡será cabronazo!
-Bueno, a ver, igual no encontraba su identidad Carol. A veces se cruzan los cables y..., - Almudena no sabía que decir tampoco.
- ¿Identidad? ¡Ése lo que es un cara dura hipócrita! Joder yo entiendo que a un hombre le de vergüenza salir del armario pero a ése me da a mí que le ha gustado llevar ésa doble vida. ¡Y tú qué! ¿Le has importado una mierda? -Matilde no podía contenerse.
-Mati, no seas tan bestia hija, esas cosas pasan, igual él lo ha pasado mal también... -sigo intentado quitar fuego al tema.
- ¿Tú no habías notado nada Carolina? Me refiero, ya sabe, en la cama, ¿teníais relaciones normales?-, le pregunto.
-No, Laura, no noté nada. Ha sido algo totalmente inesperado. Nuestras relaciones eran normales. Ahora que lo pienso, sí que es verdad que hacía muchas horas extraordinarias, pero nada más-, dijo con voz entrecortada.
- ¡Que ni duda ni mierda! ¡Que la cosa tiene cojones! ¡Que no se puede engañar de ésa manera! ¡Dos años... eso no es normal joder!
Carolina se dedicó a escribir hirientes poemas de amor para desahogar sus penas hasta que se marchó a casa de Matilde, entonces su visión de la vida comenzó a dar un gran giro: se les había presentado la oportunidad de «volver a empezar», habían ganado el control de su vida y eso había que celebrarlo constantemente.
A Matilde se le ocurrió, por entonces, reunirnos dos veces al año a las que llamó «noche de verano loca» y «almuerzo navideño-desmadre total». Ella se preocupaba de que nunca perdiéramos el contacto.
Aquellas veladas entre amigas se habían convertido en leyenda urbana (normalmente nos hacíamos notar) y, a pesar de contar siempre las mismas historias y aventuras vividas juntas, era habitual dejar desparramado el vino por la mesa porque a alguna se le escapaba de la boca con las risas.
Lo normal era terminar en algún garito donde el camarero tenía que esperar que se nos pasara la hora nostálgica, cantando canciones de los años ochenta con lágrimas en los ojos.
Lo cierto es que hacía mucho que yo no acudía a tan divertidas tertulias y las había echado mucho de menos.
Volviendo a la pasada noche, lo último que recuerdo es a Almudena cantándome serenatas a toda voz bajo mi balcón, mientras yo le rogaba que se marchara sin poder aguantar las carcajadas. No sé a cuántos vecinos despertamos. Lo que siento es que hoy estoy hecha una piltrafa: ¡Joder con la iniciación!
Almudena es bellísima. Con su largo cabello rubio y cuerpo espectacular, bien podía haber sido modelo de fama, de hecho había pasado unos años en una escuela para prepararse a triunfar en las pasarelas de la capital.
Cuando conoció a su marido, quince años mayor que ella, lo dejó todo por él.
A medida que transcurría el tiempo su vida comenzó a ser demasiado monótona y aburrida. La diferencia de edad se hacía notar y él se había convertido en un hombre insípido, exageradamente casero. No se despegaba de la televisión y se pasaba el día zapeando entre programas de noticias y reportajes de animales. Ella lo intentó todo para salvar su matrimonio pero fue inútil y ya no pudo aguantar más. Decidió dar un giro radical y retomar su vida, así que le planteó dos opciones: cambiaba o se separaban. Él cogió su radio y la televisión y se marchó a un pequeño apartamento y ella se dedicó a lo que siempre había deseado en la vida: ser modelo. Consiguió encontrar trabajo y exhibía hermosos modelos para mujeres maduras con su exuberante cuerpo.
Lo cierto es que no tuvimos mucha suerte en nuestros matrimonios. Mis amigas se habían convertido en mujeres fuertes, valientes y sobre todo muy marchosas. Yo aún no me había adaptado a vivir sin pareja.
Intento levantar mi cuerpo, pero será por la pura gravedad que vuelvo a caer sobre la almohada con las piernas colgando, rozando el suelo, y lo peor es que ahora toca hacerse la valiente y demostrar que solo fue una bonita noche de charla entre amigas. Estoy oyendo a mi madre gritar pero no distingo sus palabras, seguro se refieren a la hora de llegada y las circunstancias que rodearon la misma.
Consigo ponerme de pie y llegar al baño. Allí ya no puedo aguantar y se produce una explosión en mi estómago que me hace echar la primera pota. No será la última, ahora toca depurar el cuerpo.
Ya un poco adecentada y sin restos de maquillaje, me dirijo al miembro del tribunal superior que espera en la cocina. Lo mejor será no emitir sonido alguno ya que mi voz se encuentra distorsionada, seguramente debido a las voces que tenía que dar para que alguien me oyera por encima de la estridente música que había en el local; añádase también el efecto del alcohol en mis cuerdas vocales.
Estoy convencida de que el día de ayer se volverá a repetir hasta que me recupere de mi último batacazo amoroso y, si estas se han empeñado en que lo supere, lo van a conseguir.